viernes, 6 de noviembre de 2015

Cupcakes de calabaza para un reencuentro


El otro día me acordé de cuando era pequeña y llegaba el Día de Todos los Santos. Recuerdo que, año tras año, mi madre me vestía bien elegante y hacíamos el “tour” por los cementerios de los alrededores, visitando los panteones familiares, charlando con la gente, y recordando a los que ya no están.

Días después llegaba al cole y apenas hablaba del tema con mis compañeros. A ellos les aburría bastante ese día. Pero a mí me gustaba. Le fui cogiendo cariño a nuestro ritual anual: me gustaba pasear con mis hermanas y que me enseñaran las distintas calles de los cementerios; explicarme historias de la gente que estaba enterrada allí; ver las flores que traía la gente, unas más frescas que otras; buscar botellas de agua para regar las plantas escondidas entre los setos; buscar las lápidas más antiguas; y un largo etcétera. Además, era casi un día de fiesta, en el que nos reuníamos con la familia y solíamos pasar la tarde en casa de mi abuela, comiendo castañas asadas, rosca… vamos, un día cuanto menos interesante.


Hoy aún me gusta pasear por el cementerio. Hay gente a la que le parece una costumbre macabra. Yo creo que son lugares tranquilos, donde además suele haber mucha historia oculta, al menos aquí en Galicia, donde los cementerios de los pueblos y villas pequeñas tienen mucho que contar dada su antigüedad. 

Pero lo cierto es que ya hace tiempo que dejamos de lado nuestras costumbres del Día de Difuntos. Poco a poco, Halloween se va imponiendo a las tradiciones de siempre, y nuestros peques tienen más ganas de chuches, sustos y calabazas terroríficas que de ir al cementerio con sus mayores. En cierta forma, los entiendo. Están saturados de las modas americanas, y para qué negarlo, siempre es divertido disfrazarse con los amigos/primos y decorar la casa como si estuviera  encantada. En el piso de mi hermana, se lo tomaron tan en serio que había telarañas sintéticas hasta en el café. ¡Y que no se le ocurriese a nadie mover un solo adorno de su sitio, mi sobrino los tenía tan controlados que era imposible cambiarlos de sitio ni un centímetro!


Así que entre arañas de plástico, murciélagos de fieltro y calabazas luminosas pasamos este fin de semana, en el que además impartí un taller para niños de dulces terroríficos. ¡Fue todo un éxito! Los niños estaban encantados (y algo saturados de azúcar también), y nos lo pasamos genial.


Entre tanto, se me antojó comprar una calabaza en un ultramarinos del pueblo que vende fruta y verdura local, cultivada en esta zona de forma natural. Justo me cuadró que el día que por fin pude ir a buscar una, se le habían terminado la mayoría y en lugar de dejar que me llevase una de las tres que quedaban, me recomendó esperar a que llegasen más (es lo bueno de las tiendecillas de pueblo, que llegas a tener esa confianza con los dueños sobre la calidad de los productos, algo que no te ofrecen la mayoría de los supermercados). 

Sin embargo, no podía permitirme esperar demasiado, ya que tenía una cita pendiente el lunes y necesitaba la calabaza cuanto antes.


Resulta que, por fin, mi amiga Jeny y yo conseguimos fijar una fecha para reencontrarnos después de ¡casi 6 meses sin vernos!, y tenía tantas ganas de que nos pusiéramos al día que qué menos que hornear algo para la ocasión. Y como no, tenía que preparar la receta del bizcocho de calabaza que tanto le gusta a la señorita, porque al fin y al cabo hasta hace no mucho ostentaba el título de catadora oficial de mis postres, jeje.

Pero como no quería repetirme, pensé en variar un poco la idea del bizcocho de calabaza, y decidí convertirla en una receta de cupcakes. Como salieron muy ricos (así lo demostraron las consecuentes críticas de los catadores de los mismos), decidí traeros la receta para que, ahora que está de temporada, os decidáis a sorprender a los vuestros con unos deliciosos cupcakes de calabaza, que sea o no Halloween, están buenííííísimos. ¡Palabra de “calabazadicta”!


Cupcakes de calabaza especiados con frosting de queso
Ingredientes para 8 cupcakes
- 2 huevos
- 80 gr de “dark brown sugar” o azúcar muscovado (si no tenéis, podéis substituirlo por azúcar moreno normal).
- 30 gr de azúcar normal
- 1 cucharada de sirope de agave
- 20 gr de aceite de oliva suave
- 85 gr de calabaza rallada
- 130 gr de harina de trigo
- 10 gr de levadura química
- Ralladura de limón al gusto (una cucharada aproximadamente)
- Media cucharada (tbsp) de “pumpkin pie spice”, que es una mezcla de especias para la tarta de calabaza (se puede substituir por media cucharadita de canela, una pizca de jengibre, una pizca de cardamomo, una pizca de clavo).
- Una cucharadita de extracto de vainilla

Ingredientes para la crema de queso 
- 80 gr de mantequilla a temperatura ambiente
- 80 gr de queso crema (no light) muy frío
- 190 gr de azúcar glass (icing sugar)

En primer lugar, batimos el aceite con los dos tipos de azúcar y el sirope de agave con ayuda de unas varillas. Añadimos los huevos, uno a uno, y los incorporamos a la mezcla batiendo con velocidad para que la masa coja volumen. Añadimos la calabaza rallada e integramos bien la mezcla.

En un bol aparte, tamizamos la harina junto con la levadura y las especias. La añadimos a la masa en tres tandas, integrándola con la ayuda de una lengua o espátula con movimientos envolventes, procurando que no pierda volumen. Así los cupcakes nos quedarán mucho más esponjosos.

Por último, añadimos la ralladura de limón y el extracto de vainilla, mezclamos bien y dejamos reposar unos minutos. Mientras, preparamos las cápsulas para los cupcakes, las metemos en un molde apto para el horno, y las llenamos con la masa por la mitad, o hasta 2/3 de su capacidad, no más. 

Horneamos a 180º, con calor arriba y abajo, durante 20 minutos. Sacamos los cupcakes del horno y los dejamos enfriar por completo sobre una rejilla.

Ahora pasaremos a preparar la crema. Necesitamos que la mantequilla esté en punto de pomada, a temperatura ambiente, por lo que tendréis que haberla sacado de la nevera unas horas antes. Dependiendo del lugar en el que viváis, tardará más o menos. En el piso de mi hermana, está lista en una hora; en mi casa, sin embargo, tengo que sacarla por la mañana si quiero tenerla lista a mediodía. 

Una vez tengamos la mantequilla ablandada, la echamos en un bol amplio cortada en trozos, y tamizamos encima el azúcar glass o icing sugar. Batimos con una batidora de varillas a máxima potencia. Es importante que la mezcla se integre bien.

Añadimos el queso crema, que debe estar lo más frío posible, y seguimos mezclando a máxima velocidad. Debe quedar una consistencia cremosa, pero no líquida.

Pasamos la crema a una manga con una boquilla (yo he usado una 1M de Wilton, con forma de estrella abierta), y decoramos los cupcakes. Espolvoreamos un poco de canela por encima.


Es una receta sencilla, rica y de temporada. Aprovechad ahora que las calabazas están a buen precio y son fáciles de encontrar en el supermercado, y si podéis conseguirlas ecológicas, mejor que mejor. 

Si os preocupa que os sobre calabaza, no hay problema. Yo lo que hago es asarla en el horno, sin dejar que se dore, y después la guardo en bolsas de plástico con autocierre, procurando que apenas entre aire dentro, en el congelador. Os aguantarán unas cuantas semanas sin problema, y después os servirá para salteados, cremas, postres, y muchas otras recetas riquísimas y sanas.


Espero que os animéis a prepararla y que me escribáis con vuestras impresiones, me encanta leeros siempre, aunque no pueda contestar con toda la rapidez que me gustaría. Y si os lleváis la receta a vuestros blogs, que me parece una idea maravillosa, no os olvidéis de citar mi entrada y avisarme, ¡¡me encantará ver los resultados!!


Por hoy os dejo, tengo que comer pronto para marcharme a dar una clase, y después volver a casa a cambiarme antes de marchar en bus a Santiago, porque… ¡¡¡voy a ver un desfile!!! Me hace un montón de ilusión, porque es mi amiga María (sí, sí, la misma que es responsable del diseño del logo del blog) la que va a presentar su propia colección de ropa como parte del proyecto final de su carrera. Es una artistaza, así que no me importa adelantarme a las críticas de mañana cuando digo que va a ser todo un éxito. Y por supuesto no voy a perdérmelo. 

Ah, y pronto espero poder traeros al blog una nueva crítica gastronómica, esta vez sobre el último restaurante que visitamos Jeny y yo hace unos días en Santiago. Sólo diré que quedamos bastante satisfechas con la calidad de la comida, el sabor y el trato que tuvimos. Más detalles en mi próxima entrada, ¡que me tengo que poner las pilas, hoy va a ser una tarde intensa!

Un besazo!

Información nutricional de los cupcakes de calabaza con crema de queso
Calorías totales: 2897 kcal
Calorías por ración (8 raciones/cupcakes): 362 kcal/ración

domingo, 25 de octubre de 2015

De viajes, retornos y nuevos proyectos


Después de más de tres meses sin publicar, cuando quise empezar a redactar esta entrada tenía sentimientos encontrados. Por un lado, ilusión por retomar el blog, mis recetas, mis historias. Por otro, responsabilidad, por seguir en el mismo nivel que lo dejé y poder dar otro pasito hacia delante ofreciendo ideas más ricas, más complejas y con una mejor presentación. Y por otro, cierta pereza. 

Sí, pereza. Porque en el fondo, todos sabemos que cuando te pones a trabajar en algo que tienes un poco oxidado, nos cuesta volver a empezar. ¡No me miréis mal! ¡Estoy encantada de volver! Pero para que os hagáis una idea, esta entrada me ha costado hacerla más de una semana, entre encontrar las fotos, seleccionarlas y prepararlas para la publicación, redactarla el texto, etc. 


Muchos os estaréis preguntando a qué se debió mi larga ausencia. Bueno, lo cierto es que allá por julio, coincidiendo con un viaje del que os hablaré más abajo, decidí tomarme unas vacaciones bloguiles durante un mes, más o menos, y retomar la actividad al cabo de un tiempo prudencial. Primero me dije: “venga, publico una o dos veces más este mes y dejo agosto para descansar”. Pero entre el viaje, y un par de compromisos que se me fueron juntando, julio pasó sin darme casi ni cuenta. Después pensé: “bueno, a mediados de agosto retomo. Total, está todo el mundo de vacaciones en la blogosfera y seguro que a nadie le molestan unos días más”. De nuevo, craso error: agosto se convirtió este año, para mí, en un auténtico calvario. Luego os lo contaré también, pero el caso es que fue un mes que estaba deseando que se terminase. Y finalmente llegó septiembre: “bien, al fin la rutina de siempre- pensé-, ahora sí puedo retomar todo donde lo dejé y volver a reorganizar mis horarios como de costumbre”. Como de costumbre. Ya. Claro. 

Lo que no sabía es que septiembre se convertiría en un mes dedicado a reorganizar la que ahora es mi vida, y que poco, muy poco, tiene que ver con la que tenía hace un año. Nuevos proyectos, nuevas responsabilidades, trabajos, metas, y muy, muy, pero que muy poco tiempo libre. 

Y algunos os preguntaréis que de qué me quejo. 


Pues de nada. No me quejo. El año pasado estaba muy algo preocupada acerca de lo que ocurriría a partir del verano. Acostumbrada durante 20 años de mi vida a empezar en septiembre un nuevo curso, y habituada a la inercia del estudio, el trabajo, los exámenes y el descanso como una rueda imparable en mi vida, me asustaba el pensar que todo esto ya había alcanzado su límite. Terminado el máster, con él había puesto fin a mis estudios universitarios y se abría ante mí lo que muchos llaman “un mundo de posibilidades laborales”. Esperad que me eche a reír…


Bromas aparte, estaba claro que empezaba una nueva etapa. Pero yo sólo tenía un plan: ponerme a preparar las oposiciones en cuerpo y alma. Única y exclusivamente. Y eso me aterrorizaba.

No por el estudio, porque al fin y al cabo siempre he sido una buena alumna y sabía que no tendría problema en continuar responsabilizándome de ese tipo de tareas. No, lo que me preocupaba, y mucho, era pasar un año entero únicamente estudiando las opos. Ya sé, ya sé que eso es más que suficiente porque es muy duro, etc, etc. Pero no tener una rutina más allá del estudio personal… no sé, no me convencía.


Pensé en apuntarme a actividades, en tomarme el blog con más profesionalidad, en vender algo más el tema de las tartas personalizadas (que normalmente hago sólo como regalo para amigos y familiares), y seguir dando alguna clase suelta de apoyo a mi prima, que es el único sueldo que tengo desde hace un año.

Bien. Ahora imaginad todo lo anterior pero multiplicado por 10, añadid trabajo los fines de semana, entrenamiento diario, horticultura ecológica ocasional y ensayos, y tendréis una panorámica más o menos realista de cómo es ahora mi vida. ¡Ah! Y no os olvidéis de las 6 horas aproximadas de estudio diario para las oposiciones. 


Vamos, que no me aburro. Y que mi vida es algo caótica y estresante. Pero poquito a poco le voy poniendo orden. Ya os contaré más detalles en próximas entradas, pero el caso es que tengo un horario que me va a dar más de un dolor de cabeza semanal, os lo aseguro. Y eso explica en gran medida la falta de tiempo para poder dedicarme con todo el esmero que me gustaría al blog. 

Hoy no voy a aburriros más hablándoos de mi rutina, aunque ya os iré contando alguna cosita, sobre todo las que tienen que ver con ciertos contenidos que tengo pensado ir incluyendo, sobre vida sana, alimentación saludable y nutrición deportiva.


Hoy os quiero hablar del primer motivo por el que tuve que darle un descansito al blog: mi viaje del verano, en el que, otro año más, he podido conocer una pequeña parte de la bota de Europa, Italia.

Vistas desde el puerto de Riva del Garda
Digo otro año más porque es el tercer viaje de verano que dedicamos a conocer el país. 

Antes de nada, aclararé que lo llamo “viaje de verano” porque mi familia y yo solemos hacer dos viajes al año, uno en invierno y otro en verano, coincidiendo con las vacaciones que se piden en el trabajo (y que procuramos hacer coincidir).

Admirando la Pietá Rondanini, una de las últimas obras de Miguel Ángel (Castello Sforzesco, Milán)
Este año nos pasamos una semana conociendo el norte de Italia, concretamente las regiones del Véneto y la Lombardía. Habíamos estado en Venecia hace dos años, cuando visitamos además Florencia, Bolonia, y la zona de la Toscana. El año paso, le tocó el turno a la zona del Lacio, es decir, Roma, Nápoles, Pompeya y la costa amalfitana. 

Así que hace unos meses visité por fin lugares como Milán, Padua, Mantua, Verona, el lago di Garda y los pueblitos que hay en su rivera, como Sirmione y Riva del Garda, y además, repetimos Venecia. Nos quedó pendiente ir a las islas de Murano y Burano, y visitar Brescia, los primeros por falta de tiempo y el segundo por un atasco de tres horas en carretera el último día que nos obligó in extremis a cambiar los planes e ir directos al aeropuerto.

Una muestra mínima del arte que pudimos ver
Fue un viaje genial, pudimos disfrutar de las ciudades paseando tranquilamente; visitamos museos (una parte de mí se quedó para siempre entre los muros de la pinacoteca de Brera, en Milán); admiramos a Davinci ante su obra "La última cena"; disfrutamos de las aguas termales de la Villa dei Cedri, en Lazise; nos volvimos un poco niños cuando llevamos a mi sobrino al parque de atracciones de Gardaland; viajé en el tiempo y me contagié de la magia de Verona, imaginando aquellos escenarios en los que tanto sufrieron Romeo y su Julieta (Shakespeare es uno de mis autores favoritos del mundo mundial); hicimos carreras en los toboganes del parque acuático Cavour, en Valeggio sul Mincio; le dejamos un par de mensajitos a San Antonio en su Basílica de Padua, preciosa por dentro y por fuera (no, no pedí ningún novio, aunque sea la costumbre), y en su plaza presenté mis respetos al condottiero Gattamelata; me tomé un helado de pistacho en la plaza mayor de Mantua; y, por supuesto, degusté las maravillas gastronómicas que nos ofrecía cada ciudad y cada pueblito que visitamos.

Pasta, risotto y frutti di mare, más rico imposible
Si me tengo que quedar con un viaje de todos los que hemos hecho ya a Italia, quizás no escogería este. Fue fantástico, pero creo que el del año pasado visitando Roma, Pompeya, Herculano, y la costa de Amalfi, es difícil de superar.

Admirando las vistas del Lago di Garda, y con el peque paseando por Venecia
Aun así, y como veis en las fotos, no me puedo quejar ni un ápice. 

Pizza, más pasta y verdure grigliate al pesto. Sí, nos cebamos a gusto.
Por cierto, de la gastronomía de Italia os hablaré en otro post, que dedicaré sólo a comentar los lugares que visitamos, los platos típicos y la cocina más tradicional. Además, os recomendaré un par de sitios a los que volvería una y otra vez. Y otros que no me gustaría tener que repetir…

Por eso hoy la receta que os traigo es típicamente italiana, y precisamente de la zona norte. Es un postre cuyo origen se encuentra en la región del Piemonte, y que cuenta con muchas variantes, todas ellas deliciosas. Se trata de la panna cotta (en castellano, “nata cocida”).


Como podéis ver en las fotos, la he acompañado de un coulis de frambuesa, muy sencillo de hacer, que queda delicioso y contrasta de maravilla con la suavidad de la panna cotta. En mi caso, opté por elaborar una receta de lo más tradicional, aromatizada con las semillas de una vaina de vainilla, sin aromas ni colorantes artificiales. Fue todo un acierto y en mi casa resultó ser un éxito. 

Panna cotta de vainilla con coulis de frambuesa
Ingredientes para 2 personas (2 panna cottas)
- 250 ml de nata para montar
- 50 gr de azúcar glass
- 5 gr de gelatina neutra (dos hojas de gelatina)
- Una vaina de vainilla

Ingredientes para el coulis de frambuesa
- 150 gr de frambuesas
- 50 gr de azúcar
- 50 gr de agua
- Unas gotas de zumo de limón

En primer lugar, ponemos a hidratar la gelatina en agua fría, durante aproximadamente 10 minutos. 

En un cazo, echamos la nata y el azúcar glass. Con ayuda de un cuchillo afilado y mucho cuidado, abrimos la vaina de vainilla y raspamos bien las semillas de su interior. Añadimos las semillas y la vaina al cazo y ponemos al fuego, a temperatura baja. Removemos con una cuchara de madera, siempre en el mismo sentido. 

Cuando la mezcla empiece a burbujear, y sin dejar que rompa a hervir, apartamos el cazo del fuego y añadimos la gelatina, bien escurrida. Mezclamos bien con movimientos firmes hasta que se haya disuelto.

Engrasamos unas flaneras o moldes de silicona, y echamos la nata en cada una de ellas. Las metemos en la nevera y refrigeramos toda la noche si es posible. Si no, durante un mínimo de 4 horas. 

Para hacer el coulis, echamos todos los ingredientes en un cazo y lo ponemos a calentar a fuego medio, alto. Con ayuda de una espátula o una cuchara de madera, vamos aplastando las frambuesas, que se irán licuando a medida que aumenta la temperatura. Dejamos que la mezcla burbujee durante un minuto, y retiramos del fuego. El resultado será una especie de mermelada ligera, no debe ser espesa. 

Una vez haya templado, sin llegar a enfriarse del todo, la pasaremos por un colador lo más fino posible, y conservamos el resultado en un recipiente bien tapado. Lo metemos en la nevera y dejamos que se enfríe por completo.

El emplatado es muy sencillo. En primer lugar, desmoldaremos nuestra panna cotta sobre un plato de postre. Para ello, tendremos que calentar un poco el recipiente, mojándolo con un poco de agua caliente. Yo caliento agua en un bol amplio e introduzco dentro la panna cotta durante 20 segundos. Si todavía no se desmolda con facilidad, vuelvo a introducirlo 20 segundos más, y así sucesivamente. 

Una vez en el plato, añadimos el coulis de frambuesa, y decoramos como más nos guste: acompañado de fruta fresca, azúcar glass, vainilla en polvo, etc.


Es un postre realmente sencillo, rico y con una presentación muy vistosa que no requiere demasiada complicación. Yo, además, lo decoré con unas frambuesas y unas hojas de hierbabuena, para dar un toque más sofisticado.

Así que ya sabéis, si tenéis invitados a cenar y queréis cerrar la comilona con un postre ligero, fresco y muy rico, esta es vuestra receta.


Próximamente, os hablaré en el blog de algunos platos típicos de la gastronomía italiana que pudimos degustar en nuestro viaje, restaurantes, y productos típicos de cada zona.

Pero antes, no puedo dejar pasar la ocasión para celebrar en el blog la fiesta que se avecina: el día de todos los Santos. Para los amantes de la cultura americana… ¡Halloween! Pronto el blog se llenará de telarañas… jejejeje!

¡Nos vemos pronto!

Lucía

Información nutricional de la panna cotta con coulis de frambuesa
Calorías totales: 1233
Calorías por ración (2 raciones): 616,5 kcal/ración

domingo, 5 de julio de 2015

La Inglaterra más mediterránea... con Jamie Oliver


Un mes más, aquí estoy con una nueva receta para el reto Cooking the Chef, que en esta ocasión da la bienvenida al verano con una propuesta muy especial.


Por supuesto, habrá gente más y menos contenta, pero por mi parte, Aisha y April han dado en el clavo al escoger un chef dinámico, joven, carismático, mediático, versátil y de sobra conocido por todos, como es el británico Jamie Oliver.


A la mayoría os sonará de verlo en Canal Cocina con alguno de sus programas, sobre todo esos en los que viaja con su autocaravana por Italia, España, Grecia, Estados Unidos… descubriéndonos la cocina y las tradiciones culinarias de estos países. Otros quizás lo reconozcáis por su polémica relación con la famosa cadena de comida rápida McDonalds, contra la que se querelló por el uso de hidróxido de amonio en el tratamiento de la carne de las hamburguesas y los nuggets. Un pleito que, por cierto, ganó obligando al gigante norteamericano a cambiar la receta. 

Pero Jamie Oliver es mucho, mucho más. Aparte de un cocinero, desde mi punto de vista, excepcional, con un estilo propio muy influenciado por la cultura mediterránea, y reconocido tanto dentro como fuera de su país, Jamie ha creado proyectos en el terreno social de lo más solidarios e innovadores.


Un ejemplo es su restaurante Fifteen (2002), que nace con la idea de escoger a quince chicos y chicas no profesionales de la hostelería para trabajar en el restaurante y aprender el oficio. De hecho, los beneficios que obtiene el local se invierten en la formación de estos estudiantes, que cambian cada año.

Y otro ejemplo, todavía más significativo, es su proyecto Food Revolution, basado en la idea de mejorar la comida de los niños en los comedores escolares y sus hábitos alimenticios, fundamentalmente en los Estados Unidos. 


Vamos, que no estamos hablando en absoluto de un chef cualquiera. Y para un cocinero único como es él, no podía dejar pasar la oportunidad de hacerle un homenaje a través de una de sus recetas, que pudiese representar el estilo de cocina que más lo caracteriza. Por eso, tuve claro desde el primer momento que escogería una receta de cocina italiana. 

Jamie, además de contar con un programa de televisión centrado en este tipo de gastronomía, cuenta nada menos que con un restaurante, Jamie’s Italian, especializado en cocina italiana. Y si lees sus libros, y ves sus programas, comprobarás que hay más platos de pasta y pan que de otros ingredientes. 

Después de buscar, y buscar… lo encontré. Tenía varias opciones y no sabía por cuál decidirme, pero mi hermana pronto intervino para dejarme clarito cuál sería la comida que degustaríamos: unos riquísimos canelones de ricotta y espinacas al horno, acompañados de una estupenda salsa de tomate casera y mozzarella gratinada. Malo, ¿eh?


Además, era perfecta porque justamente hace unas semanas conseguí comprar una tarrina de queso ricota italiano de importación que tenía una pintaza, y qué mejor idea que estrenarla con una receta a la altura. 

La original la he sacado de la web oficial de Jamie Oliver, y si queréis podéis consultarla pinchando aquí. De todas formas, podéis guiaros perfectamente por la mía ya que apenas he hecho modificaciones salvo por las cantidades (la receta de Jamie es para 6 personas, y la mía es para 3), y porque le añadí nueces picadas al relleno de espinacas, porque me parecía que combinarían bien (¡y no me equivoqué!).

Aquí os dejo la receta, sencilla y deliciosa. Sacad lápiz y papel y tomad nota, porque merece la pena.


Canelones de ricota y espinacas
Ingredientes para 3 personas (8 canelones)
- 300 gr de espinacas
- Una pizca de nuez moscada
- Un puñadito de nueces picadas (unas 10 nueces)
- ½ cebolla grande
- 1 diente de ajo
- Una lata de 400 gr d tomate entero pelado
- 1 hoja de laurel
- Un puñado de hojas de albahaca (o una cucharada de albahaca molida o en polvo)
- 1 cucharadita (1 tsp=5 ml) de ralladura de limón (mejor ecológico)
- 125 gr de queso ricota
- 1 huevo mediano batido
- 1 cucharadita de parmesano
- 75 gr de canelones (8 tubos, aproximadamente)
- 125 gr de mozzarella de búfala 
- Aceite de oliva virgen extra

En primer lugar, precalentamos el horno a 180º. Salteamos las espinacas a fuego medio-bajo con una cucharadita de aceite de oliva, añadimos la nuez moscada, las nueces, sal y pimienta. Retiramos y reservamos.

Calentamos un poco de aceite de oliva en otra sartén. Pochamos en ella la cebolla bien troceada, y después añadiremos el diente de ajo picado, los tomates, el laurel, la albahaca y la ralladura de limón y dejamos que se haga todo a fuego lento durante unos 20 minutos, hasta que haya espesado. Sazonamos con sal y pimienta. Retiramos del fuego y dejamos que enfríe.

En un cuenco, mezclamos las espinacas, el huevo batido, la ricotta y el parmesano. Rectificamos de sal y comprobamos que está bien de sabor. Añadimos esta mezcla a la pasta de los canelones, si es necesario con la ayuda de una manga pastelera. Vamos colocando los tubos en una fuente apta para el horno, y lo cubrimos todo con la salsa de tomate, un poco más de albahaca, y finalmente la mozzarella cortada en finas lonchas. 

Horneamos entre 30 y 40 minutos, con calor arriba y abajo. Cuando comprobemos que está en su punto, dejaremos otros 5 minutos de grill para que el queso se gratine. Servimos caliente.


Una receta simplemente espectacular de la que apenas dejamos las sobras en casa. La repetiré seguro, a petición popular, y ya puestos puede que experimente un poco con otros rellenos, hay tantas posibilidades…

Os animo a que la probéis y me informéis del resultado y vuestras impresiones. ¿O ya la habíais probado alguna vez? ¿También sois fan de Jamie Oliver? ¿Os gustaría que subiera alguna otra receta suya? ¡Espero vuestras respuestas en los comentarios!


Ahora os dejo, estoy que me caigo de sueño y tengo que terminar de preparar mi exposición del Trabajo de Fin de Máster, que en dos días tendré que defender ante el tribunal de corrección. Ya os contaré cómo fue… ¡deseadme suerte!

Un besiño enorme!

Información nutricional de los canelones de ricotta y espinacas
Calorías totales: 1158 kcal
Calorías por ración (3 raciones): 386 kcal/ración

miércoles, 10 de junio de 2015

Tarta de queso estilo "Lestedo" para la iniciativa #comequesoquesabeabesos


Un mes más, ya está aquí el reto de este mes de La Cocina Typical Spanish, y como siempre, viene pisando fuerte, esta vez con un ingrediente que me encanta, y que ya he usado bastantes veces en el blog.


Sí, se trata del queso. Me alegré mucho cuando supe de la iniciativa de junio, que en esta ocasión venía, además, acompañada de una sorpresita…


¡Un pedazo de sorteo por cortesía de Quesería Camino la Ermita! Se trata de un lote de quesos fabuloso que seguro que está de muerte (ayyy que se me hace la boca agua sólo de pensarlo...)


No sé si lo he comentado alguna otra vez en el blog, pero me considero una absoluta fanática del queso. A día de hoy no he probado ninguno que no me haya gustado: fresco, mozzarella, gouda, emmental, maasdam, parmesano, grana padano, manchego, torta del casar, tetilla, San Simón, arzúa-ulloa, de cabra, de oveja, gorgonzola, brie, camembert... Todos me encantan. Absolutamente todos. 

Además creo que es un alimento súper versátil, que tanto se deja tomar sólo, con unas gotas de aceite por ejemplo, y acompañado de un buen pan, o haciendo de acompañamiento de cualquier plato como la pasta, la carne… En fin, que me parece un acierto tener siempre un poco de queso en nuestra despensa o nevera, merece muuuucho la pena (aunque luego se resienta la dieta, qué le vamos a hacer).


Sin embargo, hoy no os he traído una receta en la que use ninguno de los quesos que he mencionado arriba. En realidad, he optado por un tipo de queso mucho más cotidiano y, para muchos, menos “gourmet”: el queso crema (vale, philadelphia de toda la vida, pero es que me gusta ser cuidadosa con el tema de las marcas). 

Se entiende mi elección teniendo en cuenta que os traigo un plato dulce… y dejadme que os diga que delicioso. Se trata de una tarta de queso, pero no una tarta de queso cualquiera. En realidad, esta tarta tiene mucha más tradición de la que puede parecer a simple vista. Y es que en eso consisten los retos de La CocinaTS, en homenajear la cocina de nuestro país con recetas de nuestra tierra. 

Y esta tarta de queso nada tiene que ver con la típica “cheesecake” americana. De hecho, tampoco tiene nada, pero nada, que envidiarle. Se trata de una tarta de queso al estilo “Lestedo”. La empresa “Lestedo” se encuentra en Lestedo, Boqueixón, muy cerca de Santiago de Compostela, y lleva haciendo estas tartas de queso desde hace muchísimos años. Son muy típicas de esta zona y están deliciosas, por lo que han conseguido que su fama llegue a todos los rincones de Galicia. Para muestra, un botón:

Fuente: http://www.tartaslestedo.com/image/galeria/tn_tartas-51.jpg
Creo que me ha quedado muy del estilo, ¿no? Estética aparte, lo que sí estaba era deliciosa, madre mía. De hecho, ya os lo advierto: si estáis en plena operación bikini, absteneos de hacerla, será imposible resistirse… Y para los demás, aquí os dejo la receta.


Receta de Tarta de queso tipo “Lestedo” 
Ingredientes para un molde de 18 cm
- Un paquete de galletas María o similar
- 120 gr de mantequilla
- 400 ml de nata para montar (35% materia grasa)
- 100 gr de azúcar
- 1 sobre de gelatina de limón
- 1 vaso de agua
- 250 gr de queso crema
- 350 gr de mermelada de fresa
- 2 hojas de gelatina neutra (cola de pescado)

En primer lugar, trituramos las galletas, bien con un robot de cocina o, como hice yo, a mano. El truco es sencillo: meted las galletas en una bolsa de plástico, a poder ser grueso, y golpeadlas hasta que queden hechas polvo (literalmente), con un rodillo o, si no tenéis, una botella de vidrio. En un recipiente apto para el microondas fundimos la mantequilla, y la añadimos a nuestras galletas trituradas. Mezclamos bien hasta que obtengamos una especie de “migas” bien jugosas y forramos con esta masa nuestra base para la tarta. Engrasamos bien los laterales del molde con la mantequilla que nos sobre, o bien con un spray desmoldante, e introducimos todo en el congelador, para que la base se endurezca.

A continuación, añadimos el agua en un cazo pequeño y lo llevamos al fuego. Cuando rompa a hervir, añadimos la gelatina, bajamos la temperatura y removemos bien hasta que se haya disuelto por completo. Retiramos del fuego y dejamos templar unos 10 minutos.

En un recipiente o bol amplio, montamos la nata, que debe estar bien fría, añadiendo poco a poco el azúcar en forma de lluvia. Es conveniente que no lo echéis todo de una sola vez, para que la nata se monte con más facilidad. Reservamos.

En otro recipiente, echamos el queso crema y removemos un poco con ayuda de una espátula o lengua, para que no esté demasiado duro. Añadimos la gelatina que habíamos dejado templar y mezclamos todo muy bien hasta obtener una masa homogénea. 

Por último, añadiremos la mezcla de queso y gelatina a la nata montada, con mucho cuidado para que no se nos baje. Para eso, recomiendo que lo mezcléis todo con ayuda de una espátula o lengua haciendo movimientos envolventes. 

Sacamos nuestro molde del congelador y añadimos la mezcla anterior. Lo llevamos a la nevera y dejamos que cuaje durante 24 horas. 

Al día siguiente, haremos la cobertura. Para ello, pondremos a hidratar la gelatina en un cuenco con agua fría durante 10 minutos aproximadamente, y en otro recipiente echaremos la mermelada. La calentamos en el microondas en intervalos de 15 en 15 segundos hasta que se haya licuado (podemos añadir una o dos cucharadas de agua si es demasiado espesa), y cuando esté lista le añadimos la gelatina, removiendo sin parar hasta que se haya integrado. Dejamos templar 5 minutos la mezcla, y a continuación la esparcimos por la superficie de nuestra tarta de queso. La metemos de nuevo a la nevera unas 4 horas, y estará lista para ser degustada. 


Como veis, una tarta sencilla, económica y deliciosa. Si queréis triunfar en alguna cena, comida o cualquier celebración que tengáis, apostad por esta receta. En casa de mi abuela no dejaron ni las migas… Un éxito total. 

Ahora me retiro, que tengo que seguir trabajando y el tiempo apremia. Disfrutad de la tarta a mi salud, y no olvidéis echar un vistazo a los platos que han preparado mis compañeros del reto pulsando en este enlace.

Nos vemos pronto, con una receta nueva que seguro que os gustará…

Un besiño!

Información nutricional de la tarta de queso tipo "Lestedo"
Calorías totales: 4662 kcal
Calorías por ración (14 raciones): 333 kcal/ración

viernes, 5 de junio de 2015

Alta cocina de raíces gallegas: mousse de queso de tetilla, espuma de membrillo y reducción de licor café


Confesión número I…

Los que me conocen de verdad, saben lo mucho que me gusta comer fuera de casa y probar sitios nuevos, comidas de todas partes del mundo, y tendencias de todo tipo. Soy muy amiga de pedir el menú del día, por eso de probar cosas fuera de carta y fundamentalmente productos de temporada. Y premio, por encima de todo, un buen servicio: amabilidad, respeto y educación. Bueno, por encima de todo no; a la par que el sabor de la comida y la higiene. No soy una súper gourmet, pero sí que es cierto que, como es algo que me gusta y que aprecio mucho, cuando como fuera me vuelvo el doble de observadora. Sea cual sea el lugar.

Sin embargo, bien por mi condición de estudiante y por mi bolsillo ajustado (gracias a los recortes en los programas de becas…), no me permito demasiados lujos en cuanto a locales visitados. Para que o hagáis una idea: en mi lista de cosas que quiero hacer antes de morir (sí, tengo una de esas), está el visitar un restaurante con estrella michelín y disfrutar de un menú degustación completo. Lo que se traduce por: ¡tiremos la casa (y de paso la dieta) por la ventana!

No sé, sonará superficial pero es una de las cosas que más me gustaría en el mundo, poder probar alta cocina contemporánea y disfrutar de un momento único, si puede ser bien acompañada.


Confesión número II…

A esto hay que sumarle que me gustan los programas de cocina. Tanto los de recetas, como los monográficos, documentales, etc. Antes me gustaba mucho Masterchef, pero las últimas ediciones españolas, para mi gusto, van cuesta abajo y sin frenos. Top Chef también suelo seguirlo, pero sigue teniendo un aire de reality que, la verdad, no va conmigo.

Sin embargo, curiosamente todos mis amigos siguen este último programa (aunque no son tan foodies como yo), y nos lo pasamos genial comentándolo después; de hecho, creo que disfrutamos más el momento post-programa que el programa mismo. Y así, hablando y hablando del tema, surgió una figura en nuestras conversaciones: la de Yayo Daporta. Este cocinero, gallego como una servidora, fue juez en la última edición  de Top Chef, y lo cierto es que me cayó bastante bien. Así que mayor fue mi sorpresa cuando me puse a investigar por la red y comprendí que, además de aparentemente un buen jurado culinario, es un grandísimo cocinero, con una trayectoria espectacular en los fogones, y un restaurante precioso en su tierra natal, Cambados (Pontevedra). 


Y así, sin quererlo ni beberlo, un buen día que organizamos una comida con los amigos, surgió la idea de hacer todos una escapada este verano a Cambados para visitar su restaurante. Yo no me lo podía creer, más que nada porque mis amigos no suelen hacer este tipo de planes, pero obviamente me convertí ipso facto en la abanderada y defensora principal de la idea. ¡Y sigo haciéndolo! De hecho, en nuestro último encuentro volví a sacar el tema (no vaya a ser que el plan vaya quedando en el olvido…), y más de uno seguía interesado. 

En nada me vi estudiando su carta, los menús que tienen, y leyendo opiniones y recomendaciones en la red sobre qué pedir cuando lo visite. Es que me puede la ilusión, qué le vamos a hacer.


Pero lo que nunca, nunca había imaginado, era que pronto me tendría que enfrentar a una prueba que me acercaría todavía más a la cocina de Yayo.

Sí, señoras y señores, se trataba del reto mensual de Cooking the Chef. Imaginad mi cara en el momento en que abro mi correo el 6 de mayo y me encuentro con que nuestro chef misterioso para el mes de junio es, nada más y nada menos, que mi queridísimo Yayo Daporta. Bailar frenéticamente fue lo más light que hice en ese momento.


Tiré de archivo y empecé a releer su carta, a ver qué podía elegir para tal ocasión. Tenía claro que, siendo un chef gallego, con restaurante en Galicia, y con platos que, por lo general, hacen numerosos guiños a nuestra tradición gastronómica, tenía que escoger una receta que representase a Galicia, y que al mismo tiempo me transmitiese algo a mí, bien un recuerdo o un sentimiento familiar. Algo que me motivase. Y lo encontré.


Una receta dulce, curiosamente, que me trasladó automáticamente a mi infancia, cuando veía a mi abuela y a mi madre picando aquel queso de tetilla o un arzúa-ulloa bien tiernos con membrillo. Por aquel entonces, lo aborrecía. Sí, es para matarme, pero es que…

Confesión número III…

… hasta los 17 no probé nunca ni la mermelada ni el membrillo. Desde pequeña asumí que no me gustaban y, por cabezonería, ni se me ocurrió probarlos. Y cuando lo hice… en fin, no sé si alegrarme de haberme dado cuenta a tiempo de lo ricos que están, o apenarme por mi consecuente aumento de kilos a base de pan con membrillo y queso. Pero es que están taaaan ricos… 


En Galicia, es muy típico como postre servir taquitos de queso tierno do país, acompañados de dulce de membrillo, casero o comprado, y algún fruto seco como nueces. También sirve como aperitivo dulce en cualquier mesa de picoteo, y creedme, triunfa siempre. Siempre, en serio. Es la combinación perfecta. 

Así que no me lo pensé dos veces, y elegí el postre que en la carta del restaurante Yayo Daporta se anuncia como “Mousse de queso de tetilla, espuma de membrillo y reducción de licor café”, y es el primero de la lista (todos tienen una pintaza, la verdad sea dicha). Estuve a punto de decantarme, por comodidad, por la sopa de chocolate blanco, pero finalmente aposté por algo gallego de verdad. Además, el queso de tetilla es uno de los quesos de Galicia reconocidos con Denominación de Origen (junto con el Arzúa-Ulloa, el San Simón y el queso del Cebreiro).


Además, había otra razón por la que la receta me llamaba especialmente, y es que en mi casa hacemos licor café casero (ri-quí-si-mo), y justamente en la receta Yayo incluye una reducción a modo de sirope que le va perfectamente a la mousse.

Es una combinación de sabores, como ya he dicho, muy equilibrada y suave. Por un lado, la acidez del queso de tetilla, contrasta a la perfección con el dulzor del membrillo. Además, también he querido jugar con las texturas y por eso he presentado por un lado una mousse al modo tradicional, es decir, con nata montada y posteriormente gelificado, y por otro una espuma, ligera pero potente de sabor, a base de claras de huevo y membrillo. Para ligar estos elementos, añadí una crema de membrillo como fondo, de manera que el conjunto de la receta estuviese bien integrado. Y para rematarlo, un toque de reducción de licor café, de sabor contundente, que combina con la mousse de queso, puesto que ésta no resulta demasiado dulzona al paladar.

Aunque pueda parecer a primera vista una receta complicada, no lo es en absoluto. Simplemente tenéis que seguir los pasos que os detallo abajo y os saldrá sin problemas. Eso sí, ya os adelanto que la hagáis con antelación, puesto que necesita tiempo de reposo en frío y además, cuanto menos apurados estemos, mejor nos saldrán las cosas.


Os dejo con la receta, a ver qué os parece.

Mousse de queso de tetilla con espuma de membrillo y reducción de licor café
Ingredientes para la mousse (4 raciones)
- 300 gr de queso de tetilla
- 400 ml de nata para montar (más del 30% de materia grasa)
- 3 hojas de gelatina neutra (cola de pescado)
- 60 gr de azúcar

Ingredientes para la espuma (4 raciones)
- 2 claras de huevo
- 50 gr de azúcar
- 350 gr de dulce de membrillo
- 60 ml de agua

Ingredientes para la crema de membrillo (4 raciones)
- 150 gr de dulce de membrillo
- 45 ml agua (tres cucharadas/tbsp)

Ingredientes para la reducción de licor café (4 raciones)
- 500 ml de licor café
- 6 cucharadas de azúcar moreno
- 30 ml agua (dos cucharadas/tbsp)

Mousse de queso de tetilla
En primer lugar, ponemos las hojas de gelatina a remojo en agua fría durante 10 minutos. Mientras, echamos 80 ml de la nata en un cazo, y añadimos el queso de tetilla troceado, sin la piel. Ponemos a fuego medio y vamos removiendo hasta que el queso se haya fundido totalmente. 

A esta crema añadiremos las hojas de gelatina que hemos hidratado previamente, bien escurridas, y seguimos removiendo la mezcla para que se diluyan. 

Colamos esta mezcla y reservamos.

Montamos el resto de la nata con el azúcar, y cuando esté lista, añadimos la crema de queso anterior. Integramos bien ambas mezclas con ayuda de una espátula, haciendo movimientos envolventes para que no pierda volumen.

Engrasamos 4 flaneras, yo recomiendo usar las desechables de papel de aluminio que venden en casi todos los supermercados, son sencillas de usar, rápidas a la hora de emplatar, y cómodas. Repartimos la mezcla en ellas y llevamos la mousse a la nevera durante toda la noche. Si disponéis de tiempo, dejadlas 24 horas, el resultado será infinitamente mejor.

Espuma de membrillo
En un cazo, calentamos el dulce de membrillo troceado con el agua. Removemos hasta que se funda y obtengamos una mezcla homogénea. Dejamos templar y reservamos.

Batimos las claras de huevo a punto de nieve, y añadimos el azúcar poco a poco. 

Echamos la crema de membrillo que hemos hecho sobre las claras, y lo mezclamos todo con ayuda de una espátula con movimientos envolventes, o bien con unas varillas pero a velocidad mínima. Reservamos en la nevera inmediatamente.

Crema de membrillo
Calentamos en un cazo el agua junto con el dulce de membrillo troceado. Removemos bien hasta que se haya fundido y obtengamos una crema homogénea. Apartamos del fuego y reservamos a temperatura ambiente.

Reducción de licor café
En un cazo, calentamos a fuego medio el licor café, junto con el azúcar y el agua. Dejamos que hierva ligeramente, durante unos 10 minutos, hasta que haya perdido el 25% de su volumen. Cuando tenga una consistencia de sirope, la pasamos a un biberón dosificador y lo dejamos reposar, e temperatura ambiente. 

Montaje del plato: en el fondo, ponemos una cucharada de la crema de membrillo, procurando extenderla de un extremo al otro del plato. Sobre ésta, a un lado, colocamos la mousse de tetilla. Un buen truco para desmoldarla es introducir el molde en agua tibia, sin llegar a la superficie de la mousse, y hacer un pequeño corte en la parte inferior del mismo, para que así entre aire y no haga efecto de vacío, facilitando el desmoldado. Al lado, colocamos la espuma de membrillo, bien con una cuchara, o como hice yo, con ayuda de una manga pastelera y una boquilla. Yo he querido jugar con las formas y le he intentado dar un aspecto de “tetilla” (más o menos). Por último, añadimos un chorrito de la reducción de licor café sobre la mousse. 


Para mi gusto, la mejor forma de acompañar este postre es con un buen café de pota, totalmente tradicional en Galicia, y que a mí me vuelve loca. También me gusta combinar la suavidad de un postre como este con el crujiente de, por ejemplo, unas galletas, como las que veis en las imágenes, que escogí por un lado porque están de vicio, con ese toque a anís y su textura crujiente, y por otro, obviamente, por la forma, que también recuerda al queso de tetilla.

Os animo a que lo hagáis, lo probéis y me digáis qué os parece. En mi casa ha sido todo un éxito en la sobremesa, ¡¡¡no ha quedado ni pizca!!! En fin, que mi pequeño homenaje particular a Yayo Daporta ha salido estupendamente, y sin duda repetiré.

Si tenéis curiosidad por ver lo que han cocinado mis compañer@s, simplemente haced clic en el siguiente enlace, donde podréis ver el recopilatorio de recetas del reto de este mes.

Me despido ya, espero que paséis un buen fin de semana, yo volveré en breve con una nueva receta. Eso sí, tiro de archivo, que estos días estoy al 125% con el tema del Trabajo de Fin de Máster, y encima dando clases particulares extra ahora que se acerca el final de curso en el instituto… Aiiins, quiero vacacioooones…

Un besiño!! 

Información nutricional de la mousse de tetilla, espuma de membrillo y reducción de licor café
Calorías totales: 5485,6 kcal
Calorías por ración (4 raciones): 1371,4 kcal/ración